9. CAER EN LA TENTACIÓN




Las palabras de Maite me dejaron completamente paralizada, sin aliento, con el estómago vuelto del revés, el corazón estallando violento en mis tímpanos y un incontrolable temblor por todo mi cuerpo. “Yolanda está aquí”, resonaban ensordecedoras alrededor del recuerdo de la última vez que nos vimos. “Te fuiste por ella. Pero has vuelto por ti” me repetía mentalmente intentando aplacar el creciente pavor que me producía volver a verla.

- ¿Sabe que he vuelto? – quise saber.


- Sí. Y quiere verte.


- Supongo que tarde o temprano debía pasar. Aunque esperaba que fuera más bien tarde.
- Ya has visto como han cambiado algunas cosas por aquí y no son las únicas. 


- No me vendas la moto, Maite. No por ella. – refuté molesta – Durante los años que estuvimos juntas sólo la vi cambiar en tres cosas; de coche, de sábanas y de chica. 


- No ha estado con nadie desde ti.


- Y Obama será el primer presidente negro de la historia de los Estados Unidos. – mofé


- Vale, como quieras. – desistió – Pensé que querrías hacerlo bien esta vez. Pero es cosa tuya.


- ¿Tú me hablas de hacer bien las cosas? Que Lora te la tiene guardada por una mentira. Y si yo fuera Yolanda, también.


- Yo hablo con Lora y se lo cuento todo si tú le dedicas una hora a Yolanda.


- Media. – negocié.


- Hecho.


- ¿Dónde está?


- En el Times con unas amigas. – comprobó la hora – Entraran en un rato. ¿Me haces un último favor?


- Depende. – desconfié.


- Quédate con Isis mientras hablo con Lora.

Alertada por la petición de Maite me di la vuelta para observar la pista de baile y en la entrada del guardarropía, vi a Isis acompañada de Lora. “¡No!” saltó una alarma dentro de mí.

- Sácala de aquí en cuanto puedas. – fue mi única preocupación.- Yolanda no puede saber de ella.


- Lo sé. – aceptó Maite.

Un último chupito de tequila y una mirada con Maite después, Isis llegaba hasta nosotras.

- Hola bombón, ¿qué haces tú aquí un jueves? – medió Maite.


- Hola – saludó tímida – Lora me comentó que estaríais y pensé en pasarme a tomar algo – explicó.


- Querrás decir que estaría Sharleen – pinchó Maite.


- ¿Y Lora? – advertí su ausencia preocupada por la bronca de hacía un rato.


- Ha ido a por tabaco. Ahora viene. – justificó Isis.

Y entonces lo noté. Un cambio en la atmósfera. Una repentina tensión en el ambiente. Un contagioso murmullo desde la lejanía conquistando veloz cada centímetro del local. “Mierda”, reconocí su figura al otro lado de la sala, avanzando firme y segura en nuestra dirección. Instintivamente, agarré a Isis por la cintura y en un simple y veloz giro de brazo la resguardé detrás de mí.

- Maite. – alerté.


- Nos vamos – ordenó tirando de Isis.

Con la mirada atrapada irremediablemente en Yolanda, recé para que los años que pasé alejada de ella no hubieran sido en vano. Que por una simple sonrisa, por volver a escuchar su voz o por un simple roce de su piel, meses de desintoxicación no se fueran al traste. Que cada día que pasé odiándome por haberme enamorado de ella y cada noche que moría una parte de mí echándola de menos no cayeran en saco roto. Pero bastó tenerla enfrente un mísero segundo para volver a sentir desde el deseo más vehemente hasta el rencor más tóxico por ella.
Nos observamos en silencio lo que a mí me pareció una eternidad, envueltas por un irritante y continuo bisbiseo mientras ella sostenía mi mirada a la espera de una reacción por mi parte y yo, hacía de tripas, corazón.

- Salgamos de aquí. – propuso, visiblemente molesta por el interminable cuchicheo a nuestro alrededor.


- Por favor. – acepté sin apenas voz.

Giró sobre sus tacones y puso rumbo hacia la salida.
Hipnotizada desde el primer paso que di tras ella por el irresistible contoneo de sus caderas, empecé a evocar en mi mente cada una de las veces que sentí ese mismo y endiablado movimiento contra mi cuerpo. “Maldito tequila” maldije. Inspiré profundo tratando de recuperar el control sobre mis propios pensamientos cuando su perfume me inundó por completo y con él, el recuerdo de su dulce sabor entre mis labios.” ¡Basta! ” sacudí la cabeza, “levanta los ojos de sus nalgas, aguanta la respiración y piensa en otra cosa” me ordené a una columna de la escalera principal. “Sólo media hora” recordé. Así que alcé la mirada para perder de vista la sublime pero inaceptable tentación que me provocaba observar a Yolanda y di de pleno con Maite, Lora e Isis, discutiendo en el primer peldaño. “Genial” empequeñecí de repente. Pero fiel a la idea de no mezclar a Isis con Yolanda y consciente de cuanto me hubiera delatado reparar en ella, pasé por delante suyo sin ni siquiera mirarla, dejando en manos de las chicas la contención de cualquier posible fuego hasta mi vuelta.

Apenas pisamos la calle. Salimos del Lesway para entrar directamente en el Artes, una coctelería en el local contiguo y venerada entre las parejas del Lesway, y anteriormente las de Aire, por su oscuridad, la comodidad de sus sofás y su falta de concurrencia, ideal si lo que buscabas era intimidad, ya fuera para dar rienda suelta al coqueteo, a un frenesí sin igual o a la más despechada de las regañinas.

-¿Te parece bien? – me invitó a entrar mientras sujetaba la puerta. – No te preocupes. Desde la reforma del Lesway y su cuarto oscuro, esto ha cambiado bastante. – advirtió mi recelo – Pero si prefieres el cuarto...


- ¡No! – me apresuré en interrumpir – Aquí me parece bien.

Entré rápido y me centré en buscar una mesa donde sentarnos que estuviera lo más cerca de la puerta, por si las cosas se ponían tensas, y lo más alumbrada posible, por si las cosas se me iban de las manos. La pequeña satisfacción que me dio encontrar una que además de su proximidad y su iluminación, estaba envuelta a lado y lado por otros grupos, se evaporó instantáneamente cuando un brazo de Yolanda me agarró por la cadera antes de poder dar un sólo paso.

- De eso, nada. – vetó en un susurro. – ¿Tienes la ocho libre? – preguntó a la camarera.

La mordaz sonrisa de la chica al confirmar que la susodicha mesa se encontraba libre, me dejó con todo el vello de punta. “Esto no me gusta un pelo” me inquieté. La seguimos atravesando todo el local hasta llegar a una pared de espejos oscurecidos y tras una puerta camuflada entre las juntas, una pequeña sala de no más de dos metros por dos metros y luz tenue, hospedaba un sofá de cinco plazas y una mesita en el centro.

- Ahora vuelvo y os tomo nota – la camarera regresó sobre sus pasos. 


- Estás de broma. – desaprobé molesta.


- Prefieres un corrillo de adolescentes sobrehormonados, pasados de copas y pendientes, ellas de lo que digamos y ellos, de lo que hagamos – rebatió mi primera elección.


- Aquí, no – rechacé firme.


- Sólo quiero hablar.


- No necesitas encerrarme en una habitación para hablar. – sostuve su mirada, desafiante y resuelta a no ceder.


- Ambas sabemos que ya estarías desnuda y pidiéndome más, si fuera eso lo que realmente quiero. Sin necesidad de encerrarte en ningún sitio. – alegó certera – Pero como he dicho, hoy sólo quiero hablar. Por favor.


- Bueno chicas, ¿qué será? – ofreció la camarera de vuelta.


- Una tónica. Con poco hielo. – ordenó Yolanda. – ¿Sharleen?


- Lo más fuerte que tengas. Doble. – farfullé cabizbaja con una mano en cada sien.


- ¿Disculpa?


- Una cerveza. – aclaró Yolanda por mí entre risas – Bien fría. ¿Pasamos?


- Te odio. – balbuceé entrando en la sala.


- Si realmente me odiarás no habrías accedido a verme.


- Y no quería. Pero hice un trato con Maite – confesé dejándome caer sobre el sofá – Espera, ¿cómo que accedido?


- Yo también tengo un pequeño acuerdo con ella. – tomó asiento a mi lado – Me pidió el coche para un fin de semana con Ariadna. 


- Y yo intentando arreglar lo suyo con Lora.


- Esas dos no tienen arreglo. No mientras Lora piense que lleva unos cuernos que no pasa por las puertas. – y alcé las cejas ante sus palabras. – Ya veo. Le has dicho a Maite que le cuente que lo nuestro es mentira. 


- Exacto. – sonreí orgullosa por mi jugada. – ¿Por qué es mentira, verdad? – sentí una repentina angustia.


- Por supuesto. – afirmó estricta.


- ¿Y para qué quiere Maite tu lata de sardinas? – opté por cambiar de tema.


- Primero, mi Z3 no era ninguna lata de sardinas. Segundo, lo cambié hace unos meses por un SLK 200. – “Lo sabía” recordé mi conversación con Maite – Mucho mejor que el cacharro de Ford Focus que conduce su chica


- Al final conseguiste hacerte con el dichoso Mercedes.


- Te recuerdo que me encapriché con él por tu culpa.


- ¿Mía? ¡Culpa del cambio de marchas y el freno de mano de tu Z3! – reivindiqué a mi favor con una mano en la espalda y otra en el lumbar, al acordarme de la infinidad de ocasiones que llegué a clavarme ambas palanca – Si tú te hubieras puesto debajo alguna vez, habrías ido corriendo a cambiar el coche. 


- Sabes perfectamente que yo no cabía. – apeló a su estatura.


- Lata de sardinas. – puntualicé de nuevo.


- A ver pareja, una tónica con poco hielo y una cerveza bien fresquita – llegaron las bebidas.


- No somos pareja – negamos a la par.


- Ya, claro – afirmó escéptica la camarera antes de desaparecer cerrando tras ella la puerta de la sala.


- ¿Y tú, como estás? – se interesó Yolanda.


- Pues, bien. Volví hace una semana y aun se me hace extraño, sobretodo las cosas más básicas del día a día. Y es absurdo porque todo es lo mismo que cuando me fui pero en realidad nada es igual, ¿sabes?


- Como vivir un deja vu tras otro. – describió a la perfección.


- Sí. – admití desencantada.


- Hace un par de veranos fui a Alemania por unas negociaciones sobre importaciones de mi empresa. La cuestión es que la cosa se complicó y pasé dos meses allí deseando que cada día fuera el último. Cuando volví, debía recordarme cada noche al acostarme y cada mañana al despertar...


- Que estabas en casa. – terminé por ella al reconocer como mías sus palabras.


- ¿Te arrepientes de haber vuelto?


- Me arrepiento de haber tardado tanto en volver. 


- Las chicas te han echado mucho de menos. – posó su mano sobre la mía.


- Lo sé. –“¿Y tú?” pensé mientras entrelazaba sus dedos a los míos.

Un intenso hormigueo ascendió por mi brazo, desde la punta de mis dedos hasta la nuca, y desapareció lentamente en un centenar de pequeñas descargas por toda mi espalda, dejándome completamente erguida y tensa.

- Yolanda, no. – retiré mi mano de la suya azorada – No puedo.


- ¿No puedes o no quieres? – dio en el clavo.

Me tomé unos segundos antes de responder. Y un buen trago de cerveza para deshacer el nudo en el estómago que me provocó su pregunta. Rebusqué en mi interior qué contestar, entre la densa maraña de sentimientos que despertaba su presencia tan cerca de mí, el exquisito recuerdo de sus caricias y mi incorregible orgullo advirtiéndome sobre las consecuencias de ceder. “No puedo hacerle esto a Isis”, apareció en medio de mi propio caos, la respuesta por sí sola.

- No quiero. – y se me escapó una leve sonrisa. 


- Bien. – bebió un sorbo de su tónica – Entonces, ¿qué tal con las chicas?


- Bueno, me he perdido muchísimas cosas y las que todavía no sé, aparte de algún frente abierto más complicado de lo que esperaba.


- Lora.
- Sí, Lora.


- Ya sabes como es. Dale tiempo, es todo lo que necesita.


- ¿Tiempo? – repetí incrédula – Hace cuanto que lo dejó con Maite, tres o cuatro años, y aun se la tiene guardada.


- No tiene nada que ver. Lo tuyo le vino grande y no supo entenderlo pero en cuanto acepte que eso ya pasó y que te tiene aquí de nuevo, solucionado. Con Maite, en cambio, y hasta que no reconozca que sigue enamorada de ella. – y negó con la cabeza.


- ¿¡Verdad!? Fue lo primero que pensé. Hasta la bronca de esta noche. Creí que iban a arrancarse los ojos.


- Dirás la ropa. – burló al aire. – Veremos que pasa después de la confesión de Maite.


- ¿Todo bien por aquí, no-pareja? – se asomó la camarera disimuladamente por la puerta – ¿Falta algo?


- No, gracias. – decliné – Debería ir tirando. – comprobé la hora en el reloj de Yolanda.


- Te acompaño. 


- No, tranquila. Tú termínate la tónica. – eludí mientras me incorporaba sintiéndome algo mareada. – Creo que necesito tomar algo de aire.


- Quiero volver a verte. – instó – Sin tratos de por medio. 


- Claro. Por que no. – no encontré motivos por los que negarme.


- ¿El sábado? – propuso. – Paso por tu casa e improvisamos.


- El sábado. – acepté antes de marcharme por la puerta.

Cruzaba de nuevo el local hasta la barra de la entrada, con el equilibrio algo afectado por la última cerveza y una agradable sensación a cuestas, víctima de la profunda satisfacción que me producía haber resistido al embrujo de Yolanda. “Lo has hecho” me repetía optimista, “Aunque haya sido por Isis y no por ti misma” me di cuenta. “Algo es algo, ¿no?” me alenté.

- ¿Qué te debo de la cerveza?


- Tres euros, cielo. Oye, ¿de verdad no sois pareja? Por que tu amiga...


- Toda tuya. – dejé el dinero sobre la barra y seguí mi camino hacia la calle.

Afronté mi regreso al Lesway dándome unos segundos antes de entrar, apaciguando el molesto y absurdo mareo con un par de respiraciones profundas mientras separaba mentalmente lo que dejaba atrás y lo que me esperaba.

- Yo también te he echado de menos. – me sorprendió por la espalda Yolanda, envolviéndome con sus brazos y marcando un delicado beso en la base de mi cuello – Te veo el sábado.

Escuché como se alejaba en dirección opuesta incapaz de mover un centímetro de mi cuerpo. “Deja de engañarte, si hubiera querido estarías desnuda y pidiendo más” conjuré sus palabras, apabullada por su innegable veracidad.
Agité la cabeza, recuperé el aliento y me adentré de nuevo en el Lesway. Pregunté a Carol por las chicas y me acompañó al reservado. Acallé los últimos resquicios de rumores con un par de gruñidos por el camino y subí los escalones tratando de esconder en una expresión de total indiferencia, mi encuentro con Yolanda y sus efectos.

- ¿Y bien? – abordó Lora ofreciéndome su copa de vino


- Pues... – suspiré profundo y engullí de un solo trago la copa entera.


- ¿Tan mal ha ido? – se interesó Maite encendiendo un cigarrillo y acercándomelo. 


- Mmmm – negué con la cabeza mientras aspiraba una generosa calada – Mal no. Extraño. Muy extraño. – y mi exhalación provocó un súbito silencio entre las chicas. “Fantástico” comprendí que el beso de Yolanda había quedado impreso en mi cuello por su pintalabios. – Deja de mirarme así. – exigí posando mi mirada en la de Isis, mosqueada por no haberme dado cuenta antes de la maldita marca.


- Tú ni caso. Está algo cabreada, eso es todo. – suavizó Lora.


- Que atrevida es la ignorancia. – repliqué. “Que esto es por tu culpa” rabié por un instante.


- Deja de hacer el imbécil – azuzó Maite ofreciéndome un pañuelo.


- Lo siento. – mascullé entre dientes mientras limpiaba con fuerza la marca de mi cuello.


- Que tal si te sientas, ¿hum? – ofreció Maite.


- Pediré otra botella. Y una copa para ti. – añadió Lora.


- ¿Qué pasa con vosotras dos? – me interesé por mi trato con Maite y su parte – ¿Es que...?


- No. – Maite respondió tajante. – Es sólo una tregua. 


- ¿Soy la única que se ha perdido? – sospechó Lora.


- Deberíamos irnos. – intervine decidida, alcanzando la bolsa de mano de Isis y emplazándola a seguirme.


- Otra vez no – refunfuñó al aire.

Encarábamos la escalinata principal cuando resonó por todo el local, alta y clara, la voz de Lora.

- ¡¿Qué hiciste qué?! – nos llegó perfectamente.


- No, no, no. Ni se te ocurra. – seguí tirando de Isis hasta la calle. Observé a lado y lado en busca de la ruta de fuga más segura y retomé la marcha hacia Enrique Granados. – Vamos. 


- ¡¡Sharleen!! – nos alcanzó un nuevo alarido de Lora justo al girar la esquina hacia el pequeño parque.


- Mierda. Como me pille me manda a Boston de una patada en el trasero. – confesé consciente de la que se me venia encima. – Por aquí. – nos escondimos en uno de los salientes del primer portal. – Shhhhh. – acallé a Isis, pegando mi cuerpo al suyo y ahogando mi propia risa.


- ¡Como te pille te mando a Boston de una patada en el culo, me oyes! – vociferó Lora desde la esquina.


- Espero que a Maite le haya dado tiempo a escapar. – añadí asomándome precavida por el borde – Por los pelos. – confirmé la ausencia de Lora saliendo de nuestro escondite.


- No. – Isis apresó mi mano entre las suyas y en un simple paso salvó la escasa distancia que separaba mis labios de los suyo.


- Isis.... – rompí el beso y contraje mi expresión en una mueca al notar una punzada en mi pie.


- No, no, Sharleen, no. Llevo una noche de lo más extraña, demasiado, y una semana de mil demonios, dándole mil vueltas a todo esto hasta ahogarme yo sola entre lo que pienso y lo que siento. Pero confío en ti, de verdad que lo hago. Y por primera vez en días estoy segura de algo, y es esto. Necesito esto.


-¿¡Necesitas pisarme!? – interrumpí confusa con aquel dolor agudizándose – ¿¡Por qué!?


- ¿Qué?¡Oh, Dios mío! Lo siento, lo siento... yo no...ni siquiera... ¿estás bien?... lo siento...


- Esos zapatos te sientan de maravilla pero son realmente temibles. 


- Gracias... creo – se sonrojó.


- Mira, agradezco tus palabras pero sé que no puedes confiar en mí porque no me conoces. – retomé mientras frotaba la punta de mi bota – Y entiendo lo que haces y por qué; Necesitas que esto vaya a su ritmo y tiempo, y me parece genial. Mientras vaya a algún sitio, a poder ser juntas. Pero si vuelves a besarme no pienso detenerme. – advertí severa, hastiada de contenerme por esa noche.


- No lo hagas – y volvió a capturar mi boca en la suya.

Y todo empezó de nuevo. Labio sobre labio, con mis brazos rodeándola mientras se abría paso a través de mi sudadera. Lengua con labio con lengua. Un delicado mordisco. Mis manos tanteando bajo su ropa. Las suyas sobre mi cadera, aforrándome contra ella. Una respiración entrecortada para recuperar el aliento. Una mirada cómplice. Un grito en la lejanía.

- ¡Buscaros una habitación!


- ¿En tu casa o en la mía? – preguntamos a la vez.


- Glorias. Menos de diez minutos en taxi. – expuse.


- Plaza España. Cinco minutos a pie. – tiró de mí en dirección a su piso.

De camino y atrapada entre el deseo que me producía estar con ella y la posibilidad de volver a quedarme con las ganas, aproveché cada semáforo en rojo que nos detenía, cada esquina poco iluminada y cada acera sin otros transeúntes para calmar mi apetito por ella si llegado el momento, terminábamos jugando al parchís.

- Adelante – me invitó a entrar. – Cocina, baño, salón y... – se detuvo.


- Habitación. Isis, ¿estás segura de que quieres hacer esto? – temí por su respuesta.


- Más que nada. – abrió la puerta de la habitación. – ¿Y tú? – aguardó bajo el marco.

¿Si quería? Esta vez, sí. ¿Si estaba segura? En absoluto. Había pasado muchísimo tiempo desde la última vez que estuve con una chica y al oír la puerta cerrarse detrás de mí, me asaltó un estúpido y virginal ataque de inseguridad. “Es como montar en bicicleta” intenté tranquilizarme, “nunca se olvida”. Me di la vuelta para encontrarme con ella cuando la vi deshacerse de sus zapatos y quitarse el pantalón.

- ¿Vas a dejar algo para mí? – reivindiqué.

Se acercó despacio y con la palma de su mano sobre mi pecho me hizo retroceder algunos pasos hasta dejarme sentada en el borde de la cama.

- Llevo una semana esperando esto. – se sentó a horcajadas sobre mis piernas y desabrochó el primer botón de su blusa. – Quítamela.

Desabotoné el resto con toda la delicadeza que el pulso me permitió y descubrí, al fin y tras quitársela, su torso, completamente sometida a la suavidad de sus contracciones bajo mis manos en cuanto empecé a deslizarlas sobre él. Encaró mis labios levantándome la cara por el mentón mientras sus manos se deshacían de mi sudadera y mi camiseta. La abracé contra mi pecho, ansiosa por sentir su piel desnuda contra la mía, seducida por la intensidad de sus besos, más sólidos, más juguetones y mucho más apasionados. Empecé a descender por su cuello, alternando delicados mordiscos con ligeros lametones mientras acariciaba con la yema de mis dedos su espalda y los primeros suspiros no tardaron en aparecer. Retiré su sujetador en un hábil y rápido movimiento para cruzar su busto sin obstáculo alguno cuando sus manos guiaron las mías hasta sus pechos. Terminé de recostarme sobre la cama arrastrándola conmigo y tras girar sobre ella, decidí dedicar toda mi atención en ellos.

- ¡Oh, joder! – dio un pequeño brinco – La hebilla de tu cinturón está helada. – rió.


- Vaya, lo siento. – y me incorporé para sacarme las botas y los tejanos.


- Espera. – me detuvo antes de volver a tenderme acercándome a ella con sus manos sobre mi cadera e inició un recorrido de besos por mi vientre.


- ¡Ahí no! – estallé en una carcajada al sentir su lengua deslizarse sobre mi ingle.

Tumbada sobre ella de nuevo, seguí donde lo había dejado, cruzando en un infinito sendero de besos y caricias su abdomen cuando sus manos empezaron una peliaguda batalla con mi sostén.

- Isis – llamé su atención.


- Ya casi lo tengo. – tiró en falso.


- No creo – interrumpí – Déjame a mí.


- No, no. Esto ya es personal. – tensó aún más.


- En serio, me las estás estrangulando y no vas a poder... – y se le escapó el elástico de entre los dedos propinándome un agudo latigazo – ¡Ay Dios, como pica! – protesté en un gemido y me lancé a morderle las costillas a modo de venganza.


- ¡Perdón, perdón! – suplicó retorciéndose de cosquillas. – ¿Se puede saber qué demonios llevas puesto?


- Es lo que intentaba decirte. – me arrodillé entre sus piernas – Se abrocha por delante. – indiqué retirándolo.

Envolvió mi cintura con un brazo, invitándome a sentarme sobre su regazo. Acercó sus labios a los míos mientras deslizaba la otra mano a través de mi pecho y abdomen abajo, rozando la punta de sus dedos contra mi piel con una suavidad terriblemente excitante. Profundamente perjudicada por el efecto de sus besos y con su mano tanteando por tercera vez el final de mi vientre, la agarré firme por la muñeca antes de que volviera a subir.

- Sigue, por favor. – imploré en un susurro y con mi mano sobre la suya, la conduje hacia el interior de mis muslos.

Cada nuevo movimiento o cambio de ritmo de sus dedos fue recibido por mi cuerpo con una vehemencia incontrolable y acompañada por sus besos, sus caricias y su voz, no tardé en perder el control.

Recuperaba el aliento aún sobre su regazo en una pausa de improvisados mimos y carantoñas una con la otra cuando la sentí temblar entre mis brazos y reconocí la tensión pendiente por saciar en su cuerpo. Entrelacé mis manos a las suyas, la recliné sobre la cama, me hice sitio entre sus piernas con las rodillas y retomé mi camino sobre su piel con mis labios. Un intenso gemido confirmó lo acertado de recrearme en sus pechos. Un espasmo contenido me mostró el camino hasta ella. La presión in crescendo de sus manos sobre mi espalda guió mis movimientos. Un leve vaivén de su cadera me advirtió sobre su orgasmo. Sus muslos apresando mi mano entre ellos marcaron el final.
Me dejé caer a su lado y la observé rendida por completo a ella. A la sensualidad de su cuerpo desnudo, a la deliciosa manera de contorsionarse de placer, a su voz rota a base de suspiros. Nuestras miradas se cruzaron en la oscuridad de la habitación apenas unos segundos y una repentina descarga eléctrica en lo más profundo de mis entrañas me dejó contraída, sin respiración y levemente mareada.

- ¿Estás bien? – percibió al apoyar su cabeza sobre mí – Te va el corazón a mil, otra vez.


- Perfectamente. – afirmé segura y encantada con lo que esa sensación significaba.

Terminó de acomodar su cuerpo al mío mientras yo dudaba si lo apropiado era quedarme o irme, cuando y sin saber muy bien si fue por sueño, por el cansancio o por el calor de su piel contra la mía, me quedé dormida.
Cuando desperté, lo primero que vi fueron los enormes ojos saltones del Boston Terrier mirándome desde la mesilla de noche. “¡Madre mía, pero qué he hecho!”.