5. NO PIERDAS LA CUENTA, VIEJA.





De camino a casa y por más veces que me lo preguntara, no lograba dar con quién acabó arrastrando a quién dentro del cuarto oscuro. Ni qué pudo provocar la precipitada huida de Isis de entre mis brazos. “¿Es algo que he hecho?, ¿O que no he hecho?” se sucedían las preguntas en mi mente, “¿Quizás he malinterpretado sus intenciones?, ¿O me he excedido en las mías?” dudaba envuelta en una dulce sensación a pesar de lo ocurrido, reconstruyendo, suspiro a suspiro, cada momento a su lado durante la noche.

Dejaba atrás Paseo de Gracia cuando escuché mi nombre y un Ford Focus plateado encendía las luces de emergencia y se detenía en el carril lateral de Gran Vía, enfrente de mí, con Maite asomando por la ventanilla del copiloto.

- ¿Vas para casa? – preguntó – Sube anda, te acercamos.


- Claro, gracias – acepté sin pensármelo. – Hola – saludé a la conductora una vez dentro del coche descubriendo que se trataba de la encargada del Lesway.


- Sharleen, Ariadna – nos presentó Maite – Ariadna, Sharleen.


- Encantada. ¿Dónde siempre, pues? – quiso saber el punto de destino
- Sí. Nos bajamos juntas. – aclaró Maite.


- ¿Pensabas ir andando hasta Pueblo Nuevo? – preguntó sorprendida Ariadna incorporándose al tráfico.


- No sería la primera vez – interfirió Maite, dedicándome una mirada de lo más severa a través del espejo de su visera.

No, no era la primera vez que me echaba a andar de vuelta a casa después de una noche de fiesta. O de una cita, una cena o un encuentro. Ya fuera en mitad de una tormenta, bajo el sol de un mes de Agosto o en plena alerta por frío, si algo me preocupaba, sencillamente, me echaba a andar. Y cuanto mayor era mi preocupación, más andaba. Sin rumbo ni destino. Una vieja y mala costumbre que Maite conocía muy bien.

En apenas cinco minutos el Ford Focus nos dejaba en Diagonal con Rambla de Pueblo Nuevo. Tras un gracias por mi parte y una despedida más fría de lo esperado entre Maite y Ariadna, me vi siendo arrastrada Rambla abajo.

- ¿Donde crees que vas? – soltó Maite en cuanto intenté despedirme
- A mi casa


- Para nada. – y entrelazó su brazo al mío llevándome con ella calle abajo – Tengo un tinto Gran Reserva en casa con tu nombre, que te va a encantar. 


- Dios Maite, no. Mañana.


- Será hoy – corrigió – Y ya he quedado. Domingo este cuerpazo descansa. Entre semana no tengo tiempo. Y algo me dice que para el sábado que viene estarás demasiado cansada, o bien por haberte pateado Barcelona entera o bien de tanto copular con tu nueva Julieta.


- ¡Maite!


- ¿A caso me equivoco? – paró en seco y clavó su miranda en la mía – Porque nada me gustaría más ahora mismo.


- ¿Así que un Gran Reserva, eh?
- ¡Rico, rico! Vamos.



Una esquina, dos portales y tres pisos después, el peculiar sonido que produce liberar un corcho de su botella daba el pistoletazo de salida.

- ¿Puedo preguntar que haces tú con un vino así? – quise saber observando el ejemplar desde la lejanía del sofá.


- No – respondió tajante. – Que si no lo quieres, tengo un vodka marca ni te fijes por ahí – atizó mientras servía las copas.


- ¡Qué dices! ¿Sabes cuanto hace que no pruebo uno de estos?


- Entonces ¿qué ha pasado? – fue al grano tras acercarme una copa.


- ¿Por qué asumes que ha pasado algo? – intenté eludir bajo su mirada.


- El diablo es más sabio por viejo que por diablo. Ya deberías saberlo. – y tomó un trago de su copa – Así que empieza a desembuchar.


- ¿Y si te digo que no lo sé? – tomé un sorbo de vino


- Te diré que me ofendes. Vamos Sharleen, que la he visto salir por patas del Lesway. Y luego te encuentro andando de camino a casa. Dos más dos, cielo, dos más dos.


- Puede que se me fueran las manos – admití alzando las cejas. 


- ¿A ti? Lo dudo – contradijo escéptica.


- Pues ya me dirás.


- Mira, Isis no es ninguna santa y si no le gustaras no habrías visto de ella ni su sombra, pero de ahí a acostarse contigo la primera noche, pues hay un trecho, ¿me explico?
- No mucho, la verdad. – terminé mi vino – Ni era mi intención acostarme con ella ni pareció importarle demasiado que lo fuera – refuté confundida.


- Pues eso, que igual se ha pillado los dedos contigo. – dijo rellenando las copas.


- Vamos, que se ha arrepentido. 


- ¡Madre mía! No pillas ni una, chica. Que es a ella a quién se le fueron las manos. ¿Sabes a cuantas he visto perder el culo por ella en estos años? 


- No creo que quiera saberlo. – reconocí a media voz.


- Y ella, ¡ahí! – se acompañó cerrando el puño con fuerza – Agarrada a sus creencias de la vieja escuela. – bebió un trago largo – Y entonces llegas tú con tu Tierra redonda, montando elefantes, hablándole de Indios Americanos. – empezó a desvariar – Apareces de la nada para penetrar en sus bajos y… oh, espera – estalló en un sonora carcajada 


- ¿Acabas de llamarme iceberg?


- ¡Exacto! Eres su iceberg. Su talón de Aquiles. Su fruta prohibida. Su Dalila…


- ¡Oye! Que la debilidad de Sansón era su pelo. – interrumpí – Dalila fue su perdición al traicionarlo – y acompañé mis palabras con vino. 


- Debilidad o perdición. Llámalo como quieras. El efecto es el mismo.


- Sí, destructivo.


- Pero que cenutria eres, por favor. – refunfuñó


- Si entiendo lo que me dices, Maite. Creo. Y peor me lo pones. Porque entonces no es tanto lo que ha pasado si no lo que está por pasar. – admití ganándome una tierna y cómplice sonrisa de Maite. – Bueno, ¿y tú qué? 


- Divina de la muerte, ¿no me ves? – terminó su copa


- Hablo de Ariadna.


- ¿Ari? Pues manos de oro y unas ganas de marcha que ni te cuento.


- No me refería a eso – y tragué la información con un nuevo sorbo.


- No le pidas peras al olmo, Sharleen – sentenció.


- Ya, ¿y quién es las peras y quién el olmo? – pinché


- Lo dicho, cenutria total. – espetó


- Vale que ha pasado mucho tiempo pero cuando me fui te dejé enamorada hasta la médula y a un paso de arreglar papeles. ¿Qué narices ha pasado?


- Ay, chica – suspiró – Ésta conversación requiere de más vino. Mucho más vino. – y se fue hacia la cocina. – Vino que no tengo. – aireó tras rebuscar en un par de armarios – ¿Te hace un combinado de la casa? 


- Claro – me animé dejándome caer contra el respaldo del sofá.


- No se qué o cuanto te habrán contado las chicas – empezó a explicar desde la cocina – Ni qué o cuanto contó en su momento Lora. Tampoco es que a estas alturas me importe, la verdad – sus palabras me llegaban cada vez más débiles – Pero ya has visto como están los ánimos entre nosotras. – y lejanas – Aunque no siempre ha sido así. – muy lejanas – Lo que pasó fue que…

Me desperezaba a lo largo y ancho de la cama, con un pie aún en el mundo de Morfeo y el otro colgando del borde, cuando noté que algo estaba fuera de lugar. “¿¡Ésta no es mi cama?!” advertí de lo más confusa, “Espera, espera, ¿estoy en Barcelona, no?” y adjudiqué mi confusión al cambio de ciudad y al tiempo que había pasado desde la última vez que dormí en mi casa. “En casa” me repetí feliz y mentalmente, cayendo de nuevo en el extraño limbo entre realidad y sueño. Un sueño que me llevó a revivir la noche anterior. La noche que volví. Con las chicas. La cena. El Lesway. Y ella. En mis besos sobre su piel. Mis manos sobre su cuerpo.

- Sharleen, no me busques que me encuentras.


- De eso se trata – murmuré somnolienta


- Si sigues bajando no respondo – y la presión de una mano agarrándome la muñeca me despertó. – Va en serio.


- ¿Maite? – reconocí la voz


- Dime


- ¡Maite! 


- Ssshhhhhh – me acalló – Uno, no me grites que tengo la cabeza que me explota. Dos, o sigues o quitas la mano. – y me alejé de un bote hasta el extremo de mi lado de la cama.
- ¿Cómo…? ¿Qué…? ¿Por qué…? – no lograba recordar. 


- Porque te quedaste frita en el sofá. Retorcida. Así que te traje para acá. Y quita esa cara, que no ha pasado nada. 


- ¿Y mi ropa?


- En el salón. Apestada a tabaco. Me doy una ducha y desayunamos, ¿hace? – propuso entrando en el baño del dormitorio.


- Claro. – acepté con las tripas rugiendo.


- ¿Vienes? – preguntó asomando por la puerta del baño.


- ¡Maite! 


Pude escuchar como se reía a pleno pulmón tras cerrar la puerta.
Salía de la cama en busca de mi ropa tirada sobre el sofá del salón cuando empezó a sonar el teléfono fijo.

- ¿Puedes cogerlo? – escuché a Maite desde la ducha.


- ¿Si? – descolgué sin pensármelo.


- Hola, ¿está Maite?


- Sasha, soy Sharleen. – reconocí la voz del otro lado del auricular – Maite está en la ducha. ¿Le digo que te llame? 


- No, no. Dile que necesito que me confirme lo de mañana. 


- ¡Maite! ¡Dice Sasha que le confirmes lo de mañana! – vociferé


- ¡Para nada! – respondió Maite.


- Dice que para nada. 


- ¿Y tú? – preguntó Sasha 


- Yo no sé de qué habláis. 


- Mañana hemos quedado en casa de Tanya y Diana para tarde de relax. Pelis, play, pica-pica, ¿qué me dices?

Confirmé mi asistencia, anoté mentalmente la hora, un par de improperios para Maite y colgué.
Me enfundé los tejanos, me cubrí con la camiseta de tirantes y me calcé las botas. Recuperé mi teléfono móvil del bolsillo interior de mi chaqueta y comprobé las llamadas perdidas; dos de Tanya y una de Sasha hacia escasos minutos. “¡Joder! Con razón me muero de hambre” comprendí tras ver que hora era, “15:45”.

- ¿Te importa que comamos, mejor? Son casi las cuatro – propuse a Maite en cuanto salió del cuarto de baño.


- Pues he quedado a las seis en el centro. Ni de coña me da tiempo a cocinar algo.


- ¿Glorias? – ofrecí.


- Por supuesto. Me arreglo y salimos.

Algo más de veinte minutos después, chaqueta en mano y a paso ligero, nos dejamos caer por el Gino´s.

- ¿Y tú para quién te arreglas tanto a estas horas? – me picó la curiosidad.


- Para mí.


- Pues estás alegrando la tarde a más de uno – afirmé tras observar como varios de los varones con quienes compartíamos la sala, se la comían con la mirada. – La tarde y otras cosas. 


- Ah, ah – negó – Te miran a ti y se preguntan donde has aparcado el camión.
- ¿Qué? ¿A mí? – y al echarme un vistazo me di cuenta – Mierda. Me he dejado la camisa en tu casa. 


- Pues hoy no hay tiempo. Y no estás tan mal, el toque a superbollo te pega.

Tampoco me esperaban en ningún sitio después de comer. Ni vestía nada que me impidiera pasar por el supermercado de camino a casa.

Sobre las seis y media, por fin, llegaba a casa. Cargada con las bolsas de la compra y deseando más que nunca una ducha. Repartí la compra entre los armarios, el frigorífico y el congelador respectivamente, me desnudé en mi habitación recordando las palabras de Maite, “superbollo dice, que burra”, y me metí directamente bajo el agua. Al salir, devolví la llamada perdida a Tanya.

- ¿Digamelón? – respondió Diana.


- Creo que su señora me andaba buscando.


- Tú dirás. Tenemos tu bolsa de regalos. 


- Y van dos – sumé en voz alta la bolsa y la camisa a mi lista de olvidos – ¿Aguantaréis hasta mañana sin tocar nada? – azucé. 


- Depende de que quieras decir con “sin tocar nada”.


- ¡Diana!.


- Que sí mujer. Lo volvemos a envolver y aquí no ha pasado nada.


- Ja, ja, muy graciosa. ¿Llevo algo? – me ofrecí.


- Claro, tú misma. 


- Oído cocina. Hasta mañana pareja.

Mientras una parte de mi repasaba mentalmente los regalos para las chicas, otra pensaba, escarmentada de supersticiones, sobre qué más iba a olvidar, cuando y donde para completar La Teoría del 3. “Todo pasa de tres en tres” recordé la explicación de mi abuela el día que me contó por primera vez la maldita teoría, “Uno por lo hecho, uno por lo que se esta haciendo y el tercero por lo que se hará. Son las leyes del Kharma para restablecer el orden."

Tras una cena ligera y meterme en la cama, esta vez la mía, sin nada en la parrilla televisiva que me llamara la atención, volví a caer en la tentación de pensar en ella. De recordar que ayer, a esa misma hora, ya no podía dejar de mirarla. Y que quizás Maite tenía razón y sólo se sintió abrumada. “Pues como yo” admití, “Mañana hablo con las chicas”.

Desperté de una sacudida y con una extraña sensación a deja vu a causa del sueño que me acompañó aquella noche. Pero todo intento por recordarlo fue inútil.
Café tras café, pasé la mañana entera reconfigurando mi viejo portátil y sus conexiones, puertos, periféricos, hardware y demás palabrería imposible que sin duda me venía grande, para poder, al fin y cerca de la hora de comer, revisar el correo electrónico. Sobre las seis de la tarde salía de casa rumbo al piso de Tanya y Diana, ensayando mentalmente por el camino cómo contarles lo ocurrido con Isis y las respectivas dudas que me tenían hecha un lío. Llegué algo tarde tras entretenerme de más en el colmado 24h buscando indecisa qué llevar.

- Para no perder la costumbre, llegando tarde – me regañó Tanya en cuanto abrió la puerta.


- Para hacerse la interesante – añadió Diana desde la cocina.


- ¿Lo siento? – alegué mostrando las dos bolsas de aperitivos. – No me decidía.


- Pasa anda. Deja esto en la cocina y tus cosas en la habitación. Las chicas están en el comedor.

Me adentré por el pasillo sin rechistar. Al pasar por la cocina Diana se hizo cargo de las bolsas y me animó a seguir hacia el comedor sin mirar atrás, “No ha dormido muy bien y ya sabes como se pone” me advirtió sobre Tanya. Aferradas al mando de la Playstation2 y atrincheradas en el sofá, Sasha y Cloe se las tenían jugando a NFS3 dejándome muy claro que ni se me ocurriera saludar, “Ahora no” bufaron al unísono. Me descolgaba la mochila del hombro mientras abría la puerta del dormitorio cuando un escalofrío me recorrió de pies a cabeza, fulminando de raíz, la aún molesta inquietud a deja vu.
“Y tres”, lista completa.